domingo, 29 de noviembre de 2015

Arcoíris PARTE 1

Entré a mi cabaña y la vi, estaba sentada en una de las sillas de la mesa. Por lo general si hay alguien la cabaña siempre está la música prendida o alguien gritando, pero yo sabía que no había nadie, solo ella.

Levantó la vista y me sonrió. 

Sin pensarlo un minuto más me senté con las piernas abiertas sobre ella. 

La besé como nunca, probando sus labios, todo. Metí mi mano abajo de la bikini, sonrió y abrió un poco las piernas pero no tanto para que yo no me cayera. 

Ya estaba mojada, toqué su clítoris y la besé en el cuello. 

Metí mis dedos y en cuestión de segundos llegó al orgasmo, tensando sus piernas. 

—Malena, así—gritó. 

—¿Te gusta?—reduje el ritmo.

No pudo responderme porque tiró su cabeza hacia atrás y terminó en mi mano. 

Chupé mis dedos y la besé.

Salí de encima de ella y me serví un poco del licuado. 

—¿Qué hacés acá?—le pregunté sentándome sobre la mesada. 

—Estoy hablando con Carina sobre la excursión de esta tarde—cuando dijo eso me atraganté y me bajé de la mesada apoyando el vaso. 

—¿Dónde es...?—no terminé la frase y Carina bajó por las escaleras. 

Mi corazón se aceleró y Victoria hizo un gesto con la cabeza señalándome, que ahí estaba. 

Acababa de tener relaciones con mi profesora y mi preceptora estaba arriba escuchando todo. 

Sin establecer contacto visual con Carina subí las escaleras corriendo y me encerré en la habitación de las chicas. 

La mujer con la que estaba durmiendo estas últimas noches escuchó como tenía relaciones con mi profesora. No lo puedo creer, el ardor no bajaba de mis mejillas. Lo peor es que yo estaba empezando a sentir algo por Carina, la cabaña era para cinco personas: cuatro alumnos y una profesora o preceptora por cabaña. A mi me había tocado dormir en la misma habitación que Carina y el resto de mis amigas en la otra, ya que había solo tres camas individuales y una matrimonial. 

Quería salir de ahí ya mismo y no podía salir por la puerta. 

Agarré mis auriculares, mi música y una lona. Bajé por la ventana como hacían mis amigas todas las noches para salir con sus novios y me fui a la playa.

Caminé a un lugar alejado de la gente, intentando que mis amigas no me vieran y me metí en los médanos a escuchar música y tomar sol. 

Podía sentir como mi cara ardía, no quería pensar en nada, así que me concentré en la música. 

Después de varios temas, ya no sentía que el sol quemaba como antes. Ya se hacía de noche, así que me saqué los auriculares y me incorporé abriendo los ojos, pero todavía no era de noche, el mar reflejaba perfectamente el sol. 

Me apoyé sobre mis codos y miré para el costado. 

Ahí estaba ella apoyada sobre sus talones, con un short y musculosa. Se sacó los anteojos. 

—Malena, hay que volver, va a empezar la próxima actividad—Carina, siempre estaba seria, pocas veces la había visto reírse. 

No dije nada, me concentré en sus ojos. 

Dios, era hermosa. 

No lo pensé un segundo más. 

La besé, la agarré del cuello para que no se separara. 

lunes, 16 de marzo de 2015

Capítulo 8 [FINAL]-Adaptación Zampivanez Beautiful Bitch

Por imposible que pareciera, estaba aburrido de mi mente de mierda en esta hermosa y enorme villa francesa. El lugar no requería limpieza o trabajo manual, mi conexión VPN era tan lenta que no podía conectarme en el servidor RMG para hacer negocios reales, y - tal vez lo más extraño - me sentí como que había ciertas cosas que no debería hacer hasta que Carina estuviera aquí.

Me sentí mal por zambullirme en la piscina sabiendo que estaba atrapada en Nueva York. No quería caminar a través de los viñedos que bordeaban la casa, porque parecía que era algo que debíamos descubrir al mismo tiempo. El ama de llaves de Max había sacado algunas botellas de vino para que pudiéramos disfrutar, pero seguramente sólo un gran imbécil se las tomaría solo. Mi pretensión de esta casa era también de ella. Todavía sólo había abierto una puerta entre todas las puertas de las habitaciones, y dormí allí, no queriendo ir a través de nuestras opciones hasta que ella llegara. Juntos podríamos escoger donde pasaríamos nuestras noches.
Por supuesto, si dijera algo de esto ella se reiría de mí y me diría que estaba siendo dramático. Pero es por eso que la quería aquí. Algo monumental pasó el otro día cuando utilicé la señal del murciélago, y ese sentido de urgencia no había disminuido, y probablemente no lo haga hasta que ella esté aquí y escuche lo que tengo que decirle.

Caminé a través de los jardines, me quedé mirando hacia el océano a la distancia, y revisé mi teléfono de nuevo, leí el texto más reciente de Carina por enésima vez: «Parece que Air France podría tener un asiento libre».

Ella me había enviado esto hace unas tres horas. Aunque parecía prometedor, sus tres textos anteriores habían sido similares, y en última instancia, había sido rechazada por esos vuelos. Incluso si se había ido hace tres horas, ella no lo haría hacia Marsella hasta mañana por la mañana, en el mejor de los casos.

Por el rabillo de mi ojo, vi una pequeña figura emerger de la parte posterior de la casa y colocar un plato de comida en la mesa más cercana a la piscina. Otro vistazo al reloj de mi teléfono y me digo que me las arreglaré para matar un par de horas, y era finalmente el tiempo del almuerzo. La casa venía con una cocinera, una mujer de cincuenta y tantos llamada Dominique, que horneaba el pan cada mañana, y hasta el momento, servía un poco de variedad de pescado, verduras frescas del jardín, y los higos en el almuerzo. Los postres fueron macarons hechos a mano o pequeñas galletas con mermelada. Si Carina no llegaba pronto, Dominique me tiraría por la puerta para conocer a «mi amiga».

Al lado de mi plato había una gran copa de vino, y cuando miré a Dominique que se había parado en el umbral de la puerta de atrás, señaló el vino, y dijo: “Le boire. Vous vous ennuyez, et solitaire”. [Tomá algo, está aburrido y solitario]

Bueno, mierda. Yo estaba aburrido, y me sentía solo. Una copa de vino no hace daño. No estaba celebrando, estaba sobreviviendo, ¿verdad? Di las gracias a Dominique por el almuerzo, y me senté a la mesa, tratando de ignorar la brisa perfecta, la temperatura perfecta, el sonido del océano ni siquiera a una media milla de distancia, la sensación de la baldosa caliente bajo mis pies descalzos. No me gustaba ni un solo segundo hasta que Carina estuviera aquí.

Sebastian, sos un patético observador de ombligo.

Como de costumbre, el pescado era increíble, y la ensalada con diminutas cebollas agrias y pequeños cubos de queso blanco me llenó tanto de sabor que antes de darme cuenta, mi copa estaba vacía y Dominique estaba a mi lado, en silencio rellenándola.

Empecé a detenerla, diciéndole que no necesitaba más vino. “Je vais bien, je n'ai pas besoin de plus”. [Estoy bien, no necesito más]

Ella me guiñó un ojo. "¡Puis l’ignorer!”. [Ignore eso]

Entonces lo ignoré.

Una botella de vino abajo y comencé a preguntarme a mí mismo por qué no había comprado un chalet en Francia. Después de todo había vivido en este país antes, y mientras los recuerdos eran agridulces - lejos de los amigos y la familia, con un trabajo agotador - había vivido aquí en una época de mi vida que se sentía tan corta en retrospectiva. Todavía era joven. Todavía estaba empezando, de verdad. Gracias a la mierda de que Carina y yo nos habíamos encontrado el uno al otro cuando todavía teníamos toda la vida por delante.

Mierda, si Max pudo encontrar un lugar precioso como este, yo podría encontrar uno que fuera aún más exuberante y hermoso.

El vino había dejado mis extremidades calientes y pesadas, con la cabeza llena de pensamientos incoherentes que parecían no tener razón. ¿Qué tan demente hubiera sido conocer a Carina en mis veinte años?

Hubiéramos roto este lugar, y probablemente sólo habría durado un fin de semana. ¿No es asombroso cómo conoces a la persona que estás destinado a conocer, cuando se supone que debes conocerla?
Busqué mi teléfono y le envié un mensaje a Carina: «Estoy tan contento de que nos conociéramos cuando lo hicimos. Incluso si fuiste un enorme dolor de huevos, seguís siendo lo mejor que me pasó».

Miré fijamente mi teléfono, en busca de algún indicio de que ella me respondió, pero nada. ¿Su teléfono había muerto? ¿O estaba dormida en el hotel? ¿Podía mandar textos en el avión? Hice un cálculo mental, sabiendo que ella tenía… ¿seis horas? ¿Siete horas de retraso…? No, demasiado complicado. Le sonreí a Dominique mientras me servía otra copa de vino, y le enviaba un mensaje a Carina otra vez: «No me beberé todo el winembut que tengo, ¡está Dellicioso! Prometo dejar algo para vos».

Me puse de pie, tropezando con… algo. Fruncí el ceño hacia abajo en el césped y me pregunté si me había parado sobre un pequeño animal.

Descartando la idea, entré en el jardín, extendiendo los brazos y dejando escapar un largo suspiro feliz. Me sentí relajado por primera vez desde la última ocasión que había follado a Carina, que fue hace aproximadamente un trillón de años. Con el estómago lleno y un poco de vino en mí, me di cuenta de que no me había tomado tiempo en absoluto para planificar la llegada de Carina. Tenemos algunas cosas que sacar del camino primero. Tenemos algunas conversaciones que hacer, cierta planificación.

¿Me la llevó al jardín, y la tumbo hacia abajo sobre el césped conmigo, para hacerla escucharme? ¿O espero un momento de tranquilidad durante la cena y luego voy hacia ella, guiándola fuera de la silla y cerca de mí? Yo sabía lo que quería decir. Repetí las palabras un millón de veces en mi cabeza en los vuelos hacia aquí, pero no sabía cómo lo iba a hacer.
Lo mejor era dejarla estar aquí unos días antes de dejar caer el martillo.
Cerré los ojos, incliné mi cabeza hacia atrás, hacia el cielo. Me dejé disfrutar de ello sólo un momento. El tiempo era espectacular. La última vez que había estado afuera en el sol con Carina estábamos en una barbacoa en casa de Henry el fin de semana anterior, y sólo había sido ligeramente cálido. Después de un día en el sol y el viento, habíamos ido a casa y tenido uno de los más perezosos y tranquilos sexos que podía recordar.

Abrí los ojos y de inmediato puse una mano sobre mi cara tapando el sol brillante. “Ooww. Mierda”.

Dominique apareció a varios metros de distancia y apuntó a la puerta principal. “Allez”, dijo ella, diciéndome que vaya. "Se promener. Vous êtes ivre". [Vamos, levantate, estás borracho]

Me eché a reír. Diablos, sí, estaba borracho. Me había servido toda la botella de vino para mí solo. “Je suis ivre parce que me vous versa une bouteille de vin entière”. [Estoy borracho porque me serviste una botella entera de vino] Creo que eso es lo que dije.

Con una sonrisa, levantó la barbilla. “Allez chercher des fleurs dans la rue. Demandez Mathilde”. [Andá a buscar flores, pregunta por Mathilde]

Eso era bueno. Tenía una tarea. Encontrar algunas flores. Preguntar por Mathilde. Me incliné para atar mi zapato y salí de la propiedad, en dirección al pueblo. Dominique era un ser astuto, conseguir emborracharme y luego mandarme a hacer recados, así no andaría abatido por la casa todo el día. Ella y Carina se llevarán de las mil maravillas.

A una media milla por la carretera, había una pequeña tienda con flores que se derramaban fuera de cada contenedor concebible: jarrones y cestas, cajas y urnas. Sobre la puerta había un pequeño cartel ovalado escrito con letra pequeña que se limitaba en decir, MATHILDE.

Bingo.

Una campana sonó cuando entré, y una joven mujer rubia salió de la parte trasera a la pequeña sala principal de la tienda.
Me saludo en francés, rápidamente me dio un vistazo y luego preguntó: “¿Vos sos el Argentino, venís de EEUU?”.

“Oui, mais je parle français”. [Sí, pero hablo francés]
“Pero yo también hablo español”, dijo ella con su acento rizándose alrededor de cada palabra. “Y es mi tienda, así que vamos a practicar para mí”.

Arqueó las cejas con coquetería, como para desafiarme. Ella era hermosa, sin duda, pero su persistente contacto con los ojos y la sonrisa me hizo sentir un toque incómodo.

Y entonces me di cuenta: Dominique sabía que yo estaba aburrido y solo, pero probablemente no tenía idea de que estaba esperando la llegada de Carina. Ella me llenó de vino y luego me envió con una caliente joven mujer soltera por la calle.

Oh, Dios mío.

Mathilde se movió un poco más cerca, ajustando algunas flores en un alto y delgado florero. “Dominique dijo que se alojaba en casa del señor Stella”.

“¿Conoces a Max?”.

Su risa era ronca y tranquila. “Sí, conozco a Max”.

“Oh”, dije con los ojos muy abiertos. Por supuesto. “Querés decir que conoces a Max”.

“Eso no me hace única” dijo ella, riendo de nuevo. Mirando afuera hacia sus flores, ella preguntó: “¿Estás acá por las flores? ¿O pensás que quizá
Dominique te haya enviado por algo más?”.

“Mi novia viene mañana, estaba atrapada en Nueva York y luego tuvo una huelga y ahora va a venir”, le espeté de forma firme, con torpes palabras.

“Así que estás acá por las flores, entonces”. Mathilde hizo una pausa, mirando alrededor de la tienda. "Qué mujer más suertuda. ¡Usted es muy guapo!". Sus ojos se deslizaron de nuevo a mí. “¿Tal vez se le pase la borrachera para entonces?”.

Fruncí el ceño. Enderezándome, murmuré: “No estoy tan borracho”.
“¿No?”. Sus cejas se levantaron y una divertida sonrisa se dibujó en su cara. Ella se movió de nuevo a través de la tienda, iba recogiendo un surtido de flores mientras caminaba. “Sos divino igual, amigo de Max. El vino sólo te hace más desinhibido. Apuesto a que normalmente abotonas tu camisa hasta arriba y frunces el ceño ante las personas que caminan con demasiada lentitud frente tuyo”.

Mi ceño se profundizó. Eso sonó un poco como yo. “Me tomo mi trabajo en serio, pero yo no soy así… todo el tiempo”.

Ella sonrió, atando algún cordel alrededor de las flores. Mathilde me entregó el ramo y me guiñó un ojo. “Vos no estás acá por trabajo. Tené tu camisa desabrochada. Y no recuperes la sobriedad por tu amante. Hay nueve camas en esa casa”.

La puerta principal estaba abierta. ¿Dominique se había ido y no la cerró detrás de ella? El pánico se apoderó de mí. ¿Qué pasa si algo había sucedido cuando estaba en la ciudad? ¿Qué pasa si la casa había sido saqueada? A pesar de los consejos de Mathilde, estuve sobrio al instante.
Pero no había sido saqueada. Estaba exactamente como la dejé, sólo con un poco más de viento que soplaba a través de la puerta abierta. Sin embargo… no había salido de esta manera, yo había caminado desde el patio trasero hacia los jardines delanteros.

Al final del pasillo, oí agua corriendo, y llamé a Dominique, “Merci pour l'idée, Dominique, mais ma copine arrive demain”. [Gracias por la idea, Dominique, pero mi novia llega mañana] Ella debía saber lo más pronto posible de lo que yo estaba hablando. ¿Quién sabe si empieza a invitar a mujeres por aquí? ¿Eso es lo que ella hizo por Max? Querido Dios, el hombre no ha cambiado ni un poco.

Cuando me acercaba a la habitación más cercana fuera de la sala, me di cuenta de que lo que había oído era una ducha. Y junto a la puerta estaban unas maletas.
Las maletas de Carina.

Yo podría haberme puesto cachondo allí y asustar siempre amorosamente toda la mierda fuera de ella. Había sido después de todo lo suficientemente tonta como para dejar la puerta un poco abierta, para que pudiera soplar completamente el viento, y abrirse paso en la ducha. Apreté la mandíbula y los puños cuando me imaginaba lo que podría haber pasado si alguien más hubiera decidido entrar en la casa en vez de mí.

Mierda. No la había visto en días y yo ya quería estrangularla y luego besar el infierno fuera de ella. Sentí una sonrisa tirar de mi boca. Esto simplemente éramos nosotros. Era una batalla tan familiar entre el amor y la frustración, el deseo y la exasperación. Ella presionaba todos los botones que tenía, y luego descubría otros nuevos que ni siquiera sabía que tenía, y los presionaba.

Su canto silencioso flotó desde el baño a la habitación que había reclamado la primera noche aquí. Mientras me movía más cerca, mirando alrededor de la puerta de entrada a donde ella estaba, fui recibido por la visión de su largo y resbaladizo pelo mojado, que bajaba brillante por su espalda desnuda. Y luego se inclinó, por lo que se veía su perfecto culo cuando estaba en el aire mientras se afeitaba las piernas, y siguió cantando para sí misma.

Una parte de mí quería entrar, tomar la rasuradora de su mano, y terminar el trabajo para ella, besando cada centímetro suave. Otra parte de mí quería entrar y hacerla venir con la promesa de tomarla por detrás, lentamente y con cuidado. Pero una parte aún mayor de mí disfrutaba jugando al voyeur. Ella aún no sabía que yo estaba allí, y verla así, pensando que estaba sola, cantando en voz baja, ¿tal vez incluso pensando en mí? Era como un vaso de agua fría en un día caluroso. Nunca me cansaré de verla en cualquier entorno. Y desnuda, mojada, y en la ducha no estaba demasiado lejos del escenario de la parte superior de la lista.

Se enjuagó las piernas y se puso de pie, dirigiéndose a limpiar el acondicionador de su pelo, y fue entonces cuando me vio. Una sonrisa estalló en su cara, sus pezones se apretaron, y en ese momento casi rompo la puerta de cristal de la ducha para llegar a ella.

“¿Cuánto tiempo estuviste ahí de pie?”.

Me encogí de hombros, mirando hacia abajo hacia la longitud de su cuerpo.

“Solo entreteniéndome”.

“Sigues entreteniéndote, querrás decir”. Me acerqué un poco más, cruzando los brazos sobre mi pecho mientras me apoyaba contra la pared.

“¿Cuándo llegaste acá, a escondidas?”.

“Hace una media hora”.

“Pensé que pensé que recién te ibas a tomar un avión en los Estados Unidos. ¿Fuiste por un transportador después de todo?”.

Ella se echó a reír, inclinando la cabeza hacia atrás bajo la ducha por un enjuague final, antes de cerrar el agua. “Agarré el primero del que te hablé. Pensé que sería divertido engañarte y sorprenderte”. Tomó el pelo largo en ambas manos, se lo puso sobre su hombro y apretó el agua de él, mirándome con los ojos llenos de un hambre creciendo cada vez más.

“Creo que estaba esperando que vinieras a casa para que me encontraras desnuda en la ducha. Puede haber sido por eso que entré a bañarme”.

“Tengo que admitir que es conveniente porque estoy listo para desnudarme”.

Carina abrió la puerta y vino directamente hacia mí. “Quería esa linda boca sobre mí en cuanto me enteré de que estabas coqueteando con la niña de las flores”.

Fruncí el ceño. “Oh, por favor”. Y luego me detuve. “¿Cómo sabés eso?”.

Ella sonrió. “Dominique habla muy bien Inglés. Dijo que ella se cansó de tu depresión y te envió ahí porque sos tan lindo cuando estás enojado. Estuve de acuerdo”
“Ella… ¿qué?”.
“Sin embargo me alegro de que no decidieras traer a Mathilde de vuelta con vos. Eso podría haber sido incómodo”.

“O podría haber sido increíble”, bromeé, atrayéndola hacia mí y envolviendo una toalla del estante sobre sus hombros. Sentí que el agua de sus pechos penetraba en mi ropa.

Ella está aquí. Ella está aquí. Ella está aquí.

Me agaché, rocé mis labios sobre los de ella. “Hola, amor”.

“Hola” susurró ella, envolviendo sus brazos alrededor de mí. “¿Alguna vez estuviste con dos mujeres a la vez?”. Preguntó, echándose hacia atrás y pasando sus manos por debajo de mi camisa mientras yo trabajaba para secarla. “No puedo creer que nunca te haya preguntado eso”.

“Te extrañé”.

“Yo también te extrañé. Respondé mi pregunta”.

Me estremecí. “Sí”.

Sus manos estaban frías y sus uñas se sintieron fuertes cuando arañaron mi torso. “¿Más de dos a la vez?”.

Sacudiendo la cabeza, me incliné para recorrer con mi nariz a lo largo de su mandíbula. Olía como en casa, como mi Carina: su propio leve aroma cítrico y el olor suave y natural de su piel. “¿No estabas diciendo algo sobre querer mi boca?”.

“Específicamente entre mis piernas”, me indicó.

“Lo supuse”. Me agaché, la levanté en brazos y la llevé a la cama.
Cuando la puse en el borde, se incorporó, apoyándose en sus manos detrás de ella, tirando de sus pies sobre el borde de la cama… y abrió las piernas. Ella me miró, y me susurró: “Sacate la ropa”.

Santísimo Cristo esta mujer me iba a matar con vistas así. Le di una patada a mis zapatos a través de la habitación, me quité los calcetines, y alcanzando detrás de mí la camisa para sacármela sobre la cabeza.
Dándole unos segundos para que pudiera reencontrarse a sí misma con mi pecho desnudo, me rasqué el estómago y le di una sonrisa. “¿Ves algo que te gusta?”.

“¿Estamos dando shows?”. Su mano se deslizó sobre su muslo y entre sus piernas. “Yo puedo hacer eso”.

“¿Estás jodiendo?”, suspiré, hurgando en la hebilla de mi cinturón y tirando de los botones, quedando libre de mis vaqueros en un solo movimiento. Casi me caí tratando de quitármelos.

Su mano se apartó, y luego extendió ambos brazos hacia mí. “Encima”, dijo en voz baja, al parecer no queriendo mi boca después de todo. “Sobre mí, quiero sentir tu peso”.

Fue perfecto, así, sin pretensiones. Los dos queríamos hacer el amor antes de hacer nada más: mirar alrededor, comer, ponernos al día.

Su piel estaba fría, y la mía todavía se sentía enrojecida por el sol, por mi caminata cuesta arriba de vuelta a la villa, y la emoción de verla aquí de forma tan inesperada. El contraste fue asombroso. Debajo de mí no era más que piel suave y pequeña, con sonidos suaves. Sus uñas se clavaron en mi espalda, sus dientes se deslizaron sobre mi barbilla, el cuello, el hombro.

“Te quiero adentro”, susurró en un beso.

“Todavía no”.

A pesar de que dejó escapar un pequeño gruñido de frustración, por un tiempo me dejó simplemente besarla. Me encantó la forma en que sus labios se sentían en mi lengua, la forma en que su lengua se sentía contra mis labios. Yo era muy consciente de todos los puntos de contacto entre nosotros: sus pechos contra mi pecho, con sus manos en mi espalda, los tendones de sus muslos presionando contra mis costados. Cuando ella envolvió sus piernas alrededor de mí, sus pantorrillas se sentían como una banda de calor a mi alrededor. Me agaché y envolví mi mano alrededor de la parte posterior de su rodilla, tirando de ella más alto en mi cadera hasta que sentí que mi polla se deslizaba contra su piel resbaladiza.
Debajo de mí, ella se arqueó y se balanceó, consiguiendo tanta fricción como pudo sin empujarme dentro. Los besos se volvieron tentativos, tal vez juguetones, y luego crecieron en profundidad, voracidad, arqueándonos con hambre antes de volver a disminuir y degustarnos. Ella me dejó presionar sus brazos sobre su cabeza, dejarme chupar y morder sus pezones casi hasta el punto de dolor. Ella me preguntó qué quería, qué me gustaba, y si quería su cuerpo o su boca primero. Su primer instinto cuando estábamos desnudos siempre fue darme placer.

Esta mujer me sorprendió. Perdí la perspectiva de quien solía ser ella fuera de nuestra relación. En mi caso, podría ser cualquier cosa. Valiente y temerosa no eran contrarios. Podía ser intensa y tierna, retorcida e inocente. Quería tenerla de todas las maneras al mismo tiempo.
“Me encanta la forma en que nos besamos”, susurró ella, las palabras le salían presionando contra mis labios.

“¿Qué querés decir?”. Yo sabía lo que quería decir. Sabía exactamente lo que quería decir; simplemente quería escucharla hablar de lo perfecto, que nos sentimos.

“Solo me encanta que besemos igual, que siempre parece que sabés exactamente lo que quiero”.

“Quiero estar casado”. Espeté. “Quiero que te cases conmigo”.

Mierda.

Y así todo mi discurso cuidadosamente elaborado fue arrojado por la ventana. El anillo antiguo de mi abuela estaba en una caja en el armario muy lejos de mí, y mi plan para arrodillarme y hacerlo todo bien simplemente se evaporó.

En el círculo de mis brazos, Carina empezó a ponerse muy quieta. “¿Qué dijiste?”.

Había estropeado por completo el plan, pero ya era demasiado tarde para echarme atrás.

"Sé que sólo estuvimos juntos durante un poco más de un año”, le expliqué rápidamente. “¿Tal vez es demasiado pronto? Entiendo si es demasiado pronto. Es solo que ¿eso que sientes cuando nos besamos? Yo siento lo mismo con todo lo que hacemos juntos. Me encanta. Me encanta estar dentro tuyo, me encanta trabajar con vos, me encanta verte trabajar, me encanta pelearte, y me encanta simplemente sentarme en el sofá y reírme con vos. Estoy perdido cuando no estoy con vos, Carina. No puedo pensar en nada ni en nadie que sea más importante para mí, cada segundo. Y entonces, para mí, eso significa que de alguna manera ya estamos casados en mi cabeza. Supongo que quería hacerlo oficial de alguna manera. ¿Muy cursi?”. Miré hacia ella, sintiendo mi corazón como un martillo perforador haciendo su camino hasta mi garganta. “Nunca esperé sentir esto por alguien”.

Ella me miró, los ojos muy abiertos y los labios se separaron como si no pudiera creer lo que estaba oyendo. Me levanté y corrí hacia la cómoda, cogiendo la caja y llevándola conmigo. Cuando abrí la caja y le dejé ver el anillo antiguo de diamante y zafiro de mi abuela, ella puso una mano sobre su boca.

“Quiero casarme”, le dije de nuevo. Su silencio era inquietante, y joder, lo estaba estropeando por completo divagando con mis tonterías. “Casarme con vos, quiero decir”.

Sus ojos se llenaron de lágrimas y me sostuvo la mirada sin pestañear. “Sos. Tan. Ridículo”.

Bueno, eso fue inesperado. Sabía que podría haber sido demasiado pronto, pero ¿ridículo? ¿En serio? Entrecerré los ojos. “Un simple «es demasiado pronto» habría sido suficiente, Carina. Dios. Puse mi corazón en…”.

Ella se apartó de la cama y corrió hacia una de sus bolsas, hurgando y sacando una pequeña bolsa de tela azul. Lo llevó de nuevo a mí con la cinta enganchada sobre su largo dedo índice, y colgando la bolsa en mi cara.

Le pido que se case conmigo y ¿ella me trae un recuerdo de Nueva York? ¿Qué mierda es eso?

“¿Qué fue es eso? ", le pregunté.

“Decime, genio”.

“No te hagas la boluda conmigo, Zampini. Es una bolsa”.

“Es un anillo, tonto. Para vos”.

El corazón me latía con tanta fuerza y rapidez que medio me pregunté si esto era lo que se sentía en un ataque al corazón. “¿Un anillo para mí?”.
Sacó una pequeña caja de la bolsa y me lo mostró. Era platino liso, con una línea de titanio gruesa que atraviesa el centro.

“¿Ibas a proponérmelo a mí?”, le pregunté todavía completamente confundido. “¿Las mujeres hacen eso?”.

Ella me dio un puñetazo, duro, en el brazo. “Sí, machista. Y te robaste totalmente mi oportunidad”.

“Así que, ¿es eso un sí?”, le pregunté, mi desconcierto profundizando aún más. “¿Nos vamos a casar?”.

“¡Decime vos!”. Gritó ella, pero estaba sonriendo.

“Técnicamente vos no me lo pediste todavía”.

“¡Mierda, Sebastián! ¡Vos tampoco!”.

“¿Querés casarte conmigo?”, le pregunté riendo.

“¿Querés casarte conmigo?”.

Con un gruñido, tomé la caja y la dejé caer en el suelo para moverla de un tirón sobre su espalda.

“¿Siempre vas a ser imposible?”.

Ella asintió con la cabeza, los ojos, los labios atrapados entre los dientes. Mierda. Podríamos arreglar esto más tarde.

“Agarrá mi pija”. Me incliné, la besé en el cuello, y gemí cuando llegó entre nuestros cuerpos para sostenerme. “Guiame”.
Ella movió sus caderas debajo de mí hasta que yo pudiera sentirme en su entrada. Me deslicé en ella lentamente, a pesar de que todos los tendones y músculos de mi cuerpo la querían áspera y frenéticamente. Gemí, estremeciéndome encima de ella, sintiéndome al hundirme en su interior.
Cambiando mis caderas hacia atrás y luego hacia adelante, sentí sus brazos al envolverse alrededor de mi cuello, posando su rostro en mi cuello mientras se levantaba para cumplir con mis movimientos. Al cabo de sólo dos turnos de mis caderas el movimiento se hizo más fuerte y más frenético.

“Dale”, le susurré en su boca, lamiendo adelante, preguntando. Le levanté la pierna, la apreté contra su costado y me deslicé más profundamente. Mis ojos se cerraron de golpe y me sentí como si estuviera a punto de explotar en ella.

Ella presionó su cabeza en la almohada, abrió los labios para jadear, y aproveché la oportunidad para deslizar mi lengua en su boca, chupar un poco de ella. “¿Esto está bien?”, le susurré, apretando la piel de su cadera con mis dedos. Le encantaba el borde de dolor y placer, esa línea de gran nitidez que habíamos descubierto en nuestros primeros momentos juntos.

Ella asintió con la cabeza y me movía más rápido, llenando mi cabeza con el olor de ella. Probando su clavícula, su cuello, mordí y dejé una marca en su hombro.

“Hasta ahí”, susurró ella, tirando de mí de nuevo hacia su rostro. “Dame un beso”.

Así que lo hice. Una y otra vez hasta que ella jadeaba y se retorcía debajo de mí, me instaba a avanzar más rápido. Sentí su abdomen tenso y luego sus piernas apretaron con fuerza a mi alrededor, ella gritando fuerte en mi oído.

Apretando la mandíbula, empujé mi propia liberación al fondo de mi mente, con ganas de más, y más, y para sentir su venida antes de que incluso yo mismo me fuera a la deriva hacia el orgasmo.

Sus gritos se hicieron más fuertes, luego quedando sin aliento trató de apartarse, pero yo sabía que podía venirse de nuevo. Yo sabía que ella era sensible, pero ella podía tomar más.

“No te vayas lejos. No terminaste todavía. Ni cerca. Dame otro”.

Sus caderas se relajaron en mis manos, su agarre se apretó en mi pelo otra vez.

“Oh”. Fue un soplo de aliento. Había muchas cosas contenidas en aquel único y casi silencioso jadeo.

Apreté más cerca, ondulando sus caderas e inclinándolas con mis movimientos. “Eso es todo”.

“Llego”, suspiró ella. “Yo no puedo, no puedo…”.

Sus caderas se sacudieron y la agarré tan fuerte como pude. “No, de ninguna manera pares”.

“Tocame… ahí”. Se quedó sin aliento y yo sabía lo que quería. Besé su cuello antes de lamer mis dedos y deslizarlos hacia su trasero, tocando, presionando.

Con un agudo grito se vino de nuevo, los músculos enrollados en espiral debajo de la piel apretando alrededor de mi longitud. Tomando una profunda respiración, dejé que mi orgasmo se desentrañara por mi espalda y desgarrara a través de mí; ráfagas de luz explotaron detrás de mis ojos cerrados. Apenas podía oír sus gritos roncos sobre los latidos de sangre en mis oídos.

“Sí, sí, sí, sí…”. Canturreó, delirante, antes de caer sobre la almohada.
Se sentía como si las paredes vibraron en el silencio que siguió. Todo en mi cabeza se sacudió con la necesidad de ella, fue algo desconcertante.

“Sí”, ella jadeó por última vez.

Me sostuve muy, muy quieto mientras la conciencia se filtró de nuevo en mis pensamientos. “¿Sí?”.


Luego, con sus piernas todavía temblando a mi alrededor, y con sus respiraciones que salían pequeñas y agudas, ella me dio una sonrisa radiante. “Sí… quiero casarme, también”.

Capítulo 7-Adaptación Zampivanez Beautiful Bitch

“¿Qué querés decir con conectado a tierra?”, dije mirando con asombro a la mujer del otro lado del mostrador. Ella era de mi edad, con las mejillas pecosas y el cabello rubio rojizo recogido en una cola de caballo elegante.

Ella también parecía que estaba a dos segundos de estrangular a alguien, a mí o quizás a cualquier otra de las personas que estaban en la terminal internacional de «La Guardia».

“Desafortunadamente nos acaban de informar de una huelga del sindicato mecánico”, dijo rotundamente. “Todos los vuelos de Aerolíneas Provence dentro y fuera del aeropuerto han sido cancelados. Estamos terriblemente apenados por las molestias”.

Bueno, ella no parecía muy triste. Yo seguía mirándola, parpadeando rápidamente mientras asimilaba sus palabras. “Disculpe, ¿qué?”.

Se las arregló para poner en su rostro una sonrisa ensayada. “Todos los vuelos han sido cancelados debido a la huelga”. Eché un vistazo por encima de su hombro a la pantalla de las salidas y llegadas de Aerolíneas Provenza. Efectivamente, «CANCELADO» estaba estampado en cada línea.
“¿Me estás diciendo que estoy atrapada aquí? ¿Por qué nadie me dijo esto en Chicago?”.

“Estaremos encantados de ayudarle a encontrar alojamiento para pasar la noche”.

“Ooohh, no, no, eso es imposible. Por favor, podés volver a intentarlo”.  

“Señora, como ya le dije, no hay vuelos de Aerolíneas Provenza para despegar o aterrizar. Usted puede consultar con las otras aerolíneas para ver si pueden acomodarla. No hay nada más que pueda hacer”.

Gemí, dejando caer mi frente en el mostrador. Sebastian estaba esperando por mí, probablemente sentado afuera en el sol en este mismo momento, con su ordenador portátil abierto y trabajando excesivamente como el perdedor que era. Dios, él me excita.

“Esto no puede estar pasando”. Le dije, enderezándome y dándole a la asistente la expresión más suplicante que pude reunir. “¡El idiota más dulce del mundo está esperandome en Francia y no puedo echar a perder esto!”.

“Okaaaay”, ella dijo aclarándose la garganta y enderezando una pila de papeles.

Estaba condenada. “¿Cuánto tiempo?”, le pregunté.

"No hay forma de saberlo. Obviamente van a tratar de resolver el problema tan pronto como sea posible, pero podría ser un día, o podrían ser más”.

Bueno, eso era útil.

Con un suspiro dramático y unas susurradas malas palabras me arrastré desde el mostrador en busca de un rincón tranquilo para llamar a mi asistente. Ah, y textear a Sebastian. Esto no iba a ir bien.

Sonó el teléfono en cuestión de segundos.

Maniobré a través de la multitud de pasajeros varados que ocupaban casi en su totalidad cada superficie de la terminal de las Aerolíneas Provenza, y me detuve ante un pequeño asiento cerca de los baños.

“Hola”.

“¿Qué coño quiere decir ' atrapada en Nueva York'?”. Gritó.

Hice una mueca, alejando el teléfono de mi oreja antes de tomar una respiración de calma que tanto necesitaba.

“Significa exactamente lo que piensas que significa. Nos han puesto a tierra, no hay vuelos de entrada o salida. Tengo unas cuantas personas consultando con Delta y algunas otras aerolíneas, pero estoy segura que todo el mundo ya hizo lo mismo”.

“¡Esto es increíble!”. Rugió. “¿Saben quién sos vos? Dejame hablar con alguien”.
Me eché a reír. “Acá nadie sabe o le importa quién soy. O bien quién sos vos, para el caso”.

Se quedó en silencio por un momento, el tiempo suficiente para realmente cuestionarme y ver si se había caído la llamada. No era necesario. El canto de los pájaros llenaba la línea, el silbido del viento en la distancia. Cuando finalmente habló, fue con esa voz baja y constante que me convertía en lo que estaba acostumbrada. La que sigue enviando escalofríos por mi piel. La que él utiliza cuando iba en serio.

“Diles que pongan tu culo en un avión”, dijo pronunciando cada palabra.

“Todo está sobrevendido en cada avión, Sebastián. ¿Qué mierda querés que haga? ¿Ir en barco? ¿Teletransportarme? Esperemos a que se arregle, voy a llegar lo más rápido posible”.

Él gimió, y ese fue el momento en el que se dio cuenta de que no podía discutir o utilizar sus maneras encantadoras para salir de esto. “Pero ¿cuándo?”.

“No sé, amor. Mañana, ¿tal vez? ¿Pasado? Muy pronto, te lo prometo”.

Con un suspiro de resignación me preguntó: “¿Y ahora qué?”. Escuché el sonido de una puerta abriéndose y cerrándose, el tintineo de música suave en el fondo.

“Esperaremos”. Suspiré. “Voy a buscar un hotel, para trabajar un poco. Puedo ir chusmeando esos departamentos mientras estoy acá. Y después te lo prometo. ¿El primer vuelo disponible que salga para allá? Voy a subirme a ese. Incluso si tengo que sacar a unos cuantos hombres de negocios con el taco de mi zapato”.

“Podés apostar tu culo que así va a ser”, dijo.

Sacudí la cabeza para despejarme del sonido de su voz de mando.

“Hablame de la casa. ¿Es tan hermosa como me imagino?”.

“Mejor. Quiero decir, su empresa, obviamente la mejoró, pero maldita sea. Max realmente se superó a sí mismo en este caso”.
“Bueno, tratá de disfrutar de ella. Sentarte al sol, nadar, leer algo de mala calidad. Caminar descalzo”.

“¿Caminar descalzo? Esa es una petición inusual”.

“Compláceme”.

“Sí, señora”.

Sonreí. “Maldita sea, creo que me gusta esa parte tuya. Estás muy sexy cuando agarrás una orden, Sebastian”.

Él se rió en voz baja en el teléfono. “Ah, y ¿Carina?”.

“¿Hhmmm?”.

“Espero que no traigas tangas. No las vas a necesitar”.

Pasé el resto del día en el aeropuerto, orando por un milagro o un vuelo a Francia. Ninguno de los dos.

Les tomó horas para localizar mi equipaje, así que para cuando finalmente entré por la puerta de mi habitación del hotel, estaba a punto de desmayarme. Con la diferencia de horarios ya era demasiado tarde, o demasiado temprano para llamar a Sebastian, así que le envié un texto corto. Corrí a prepararme un baño y pedí una botella de vino, junto con todo lo que contiene chocolate en el menú de servicio de habitaciones.
Acababa de meterme en la tina grande - copa de vino y cheescake de chocolate en precario equilibrio sobre el borde - cuando mi teléfono sonó. Mi mano buscó a tientas por el suelo de baldosas hasta que lo encontré, y una sonrisa me llenó cuando la cara de Sebastian iluminó la pantalla.

“Pensé que estarías durmiendo”, le dije.

“La cama es demasiado grande”.

Sonreí ante su voz soñolienta. Este era el Sebastian que giraba en medio de la noche, con sus extremidades calientes y pesadas para susurrar palabras dulces en mi piel. Él siempre había sido mucho mejor de lo que yo era en todo esto, incluso desde el principio.
“¿Qué estás haciendo?”, me preguntó, con lo que volvió mi atención de nuevo al teléfono.

“Baño de burbujas”, le dije, y sonreí al oír su gemido en el otro extremo de la línea.

“No es justo”.

“¿Y vos?”.

“Papelo de trabajo”.

“¿Encontraste mi nota?”.

“¿Nota?”.

“Te dejé algo”.

“¿En serio?”.

“Mmm-hmm. Buscá en la funda de la notebook”.

Oí el crujido del cuero mientras se levantaba, el sonido de los pies a través de un suelo de baldosas seguido por la risa. “Carina”, dijo riendo más fuerte ahora. “Parece que alguien más me dejó una nota de rescate”.

“Muy gracioso”.

“Tres observaciones sobre hoy: No hice todas las cosas que tenía que hacer, la ensalada que me hiciste para el almuerzo estaba riquísima, y, lo más importante, Te amo”. Leyó, y luego calló en silencio mientras leía el resto de la nota a sí mismo. Cuando terminó, se quejó: “Yo… la puta madre. Me pone loco que no estés acá”.

Cerré los ojos. “El universo está conspirando contra nosotros”.

“Vos sabés que hay una parte de mí que quiere decir que nada de esto habría sucedido si no fueras tan terca, si habrías venido conmigo en primer lugar”.

Empezó a protestar. “Pero…”, dijo continuando, “tu determinación es una de las cosas que más me gustan de vos. Nunca te conformás. Nunca esperás que alguien haga un trabajo que lo podés hacer vos misma. Y no serías la mujer que me enamoró si cambiás eso. Es exactamente lo que yo habría hecho. Como de costumbre. Y también es un poco rarito darse cuenta de lo parecido que somos”.

Me senté con el agua enfriándose, con mis rodillas en mi pecho. “Gracias,
Sebas. Eso significa mucho para mí”.

“Bueno, lo dije en serio. Y me podés mostrar tu aprecio cuando traigas ese tu culo a Francia. ¿Trato?”.

Puse los ojos en blanco. “Trato”.


No llegué a Francia al día siguiente. O el día después de eso. Y al tercer día en realidad estaba tratando de recordar por qué tomar un barco había parecido una mala idea en primer lugar.

Es posible que llamara a Sebastian más en esos tres días que en la totalidad de nuestra relación, pero no fue suficiente, y no hizo nada para aliviar el dolor de muela que se había establecido permanentemente dentro de mi pecho.

Me mantenía ocupada, pero no se podía negar que tenía nostalgia. No estaba segura exactamente cuándo había ocurrido, pero en algún momento, Sebastian se había convertido para mí - como tenía que ser – en el único.

Y fue jodidamente terrible.

Había llegado a esta conclusión, mientras que salía a caminar. Mi asistente había llamado diciendo que había sido capaz de hacerme en un vuelo de Air France más tarde esa noche. Mi primer pensamiento había sido de Sebastian, y como no podía esperar para decirle que estaba en camino. Casi me había ido corriendo a mi habitación del hotel.

Pero entonces me detuve, con el corazón acelerado y los pulmones en llamas. ¿Cuándo había pasado esto? ¿Cuándo se había convertido en mi todo? Me pregunté, ¿era posible que él estuviera tratando de decirme que se sentía de la misma manera? Empaque aturdida, arrojé la ropa sin rumbo en mi bolsa y recogí mis cosas en la habitación. Volví a pensar en lo mucho que habíamos cambiado en el último año. Los momentos de tranquilidad en la noche, la forma en que me miraba a veces como si fuera la única mujer en el planeta. Quería estar con él siempre. Y no sólo en el mismo apartamento o en la cama, sino para bien.

Fue entonces que me llamó la atención una idea tan loca, tan loca, que literalmente me eché a reír. Nunca había sido ese tipo de mujer que se sentaba y esperaba a que las cosas que quería aparecieran, así que ¿por qué debería ser esto diferente? Y eso fue todo.


Sebastián Estevanez no tenía ni idea de lo que estaba a punto de golpearlo.

Capítulo 6-Adaptación Zampivanez Beautiful Bitch

Me di la vuelta, agarrando el teléfono de la mesita de noche y silencié la alarma con un golpe de mi pulgar. Estaba agotado, después de haber dormido sólo dos horas antes. Había trabajado hasta casi hasta las dos y luego traté de deslizarme en la cama sin despertar a Carina, pero ella se había movido y se subió encima de mí antes de que pudiera decir nada.
Como si pudiera detenerla.

Realmente no podía quejarme de lo que significaba una hora más de sueño perdido, pero ahora, cuando su mano se extendió a ciegas por debajo de las mantas, barriendo mi estómago para enroscarse alrededor de mi pija, yo sabía que tenía que detenerla. Tenía que coger un vuelo, sólo.

Ella iba a venir a Francia, pero se iba un día después de mí, insistiendo con terquedad que necesitaba el resto del viernes para tener las últimas cosas en orden. Yo habría esperado por ella, pero como los vuelos eran de última hora, no había ningún vuelo directo, ni había asientos para estar juntos de todos modos. Decidiendo mantener mi vuelo, pensé que tenía que llegar temprano y conseguir que nos situaran en casa de Max.

“No creo que tengamos tiempo”, murmuré en su pelo.

“No me compro eso”, dijo con voz ronca por el sueño. “Este hombre”, dijo ella, apretando mi erección en su agarre, “piensa que tenemos un montón de tiempo”.

“El auto me viene a buscar dentro de quince minutos, y gracias a tu apetito de anoche, necesito otra ducha”.

“Hubo un tiempo en que sólo necesitabas dos minutos para venirte. ¿Me estás diciendo que no tenés dos minutos?”.

“El sexo en la mañana nunca son sólo dos minutos”, le recordé. “No cuando estás dormida y arrugada y cálida”. Me levanté de la cama y entré en mi cuarto de baño con el sonido de su gemido ahogado en mi almohada.
Cuando salí, limpio y vestido, ella se sentó en la cama, todavía abrazando mi almohada y fingiendo que no estaba molesta porque teníamos que volar por separado a Francia.

“Sin pucheros”, murmuré, inclinándome para besar la comisura de su boca. “Acabás de confirmar lo que siempre sospeché: que no puedes funcionar sin mí”.

Esperaba que ella pusiera los ojos en blanco o me pellizcara juguetonamente pero ella palpó mi corbata para ajustarla innecesariamente. "Yo puedo funcionar sin vos. Pero no me gusta estar lejos de vos. Se siente como si te llevaras mi casa cuando te vas”.

Bueno, mierda.

Apoyé la bolsa de la ropa sobre la cama y le tomé la cara entre las manos hasta que ella levantó la mirada, y pudiera ver el efecto que sus palabras tenían sobre mí. Ella sonrió, su lengua se deslizó fuera para humedecer sus labios.

Con un último beso, le susurré: “Te veo en Francia”.

Perdería un día en tránsito, llegando el sábado. El vuelo de Carina era sólo doce horas después del mío, pero debido a que ella no podía ir directamente tuvo que llegar a Nueva York y luego ir a París al día siguiente, para entrar en Marsella el lunes. Me daría tiempo de prepararme para su llegada, pero, a sabiendas de Max, la casa estaría impecable y repleta de comida y bebida y yo no tendría nada que hacer.

Un Sebastián inactivo… y todo eso.

Me acomodé en la cabina de primera clase, inclinando la champaña, y saqué mi teléfono para mandarle un texto a Carina.

«Abordando. Nos vemos al otro lado del charco».

Mi teléfono sonó unos segundos más tarde. «Estoy repensando todo este viaje. Hay una rebaja de zapatos en Dillons este fin de semana».

Me reí, eligiendo ignorar éste y deslizando mi teléfono en el bolsillo de mi chaqueta. Cerré los ojos mientras los demás pasajeros pasaban a mi lado, y recordé nuestros viajes anteriores. Sólo habíamos viajado juntos un puñado de veces, pero nada salió de acuerdo al plan. ¿Habría incurrido en algún tipo de maldición vudú vacacional y no era consciente de eso?

Parecía que estábamos destinados a estar plagados de viajes que salieron terriblemente fuera de curso, fueron tomados por separado, se colorearon con argumentos miserables… o fueron cancelados por completo.

Mi estómago se revolvió cuando me acordé de nuestro intento de unas vacaciones de Acción de Gracias pasadas. En un impulso de un fin de semana habíamos comprado entradas para Saint Bart y alquilamos una casa en el agua. Se suponía que debería ser perfecto, pero en su lugar eso nos llevó a la primera vez que Carina dejó de hablarme desde nuestra reconciliación.

“¡Hijo de puta! ¡Cornudo chupa pijas!”.

Levanté la vista de mi escritorio, mis cejas arriba hasta la línea de mi cabello, cuando Carina cerró de golpe la puerta y caminó irrumpiendo hacia mi escritorio.

“¿El monstruo escapó de la mazmorra de nuevo, señorita Zampini?”.

“Estuviste cerca. Papadakis está impulsando el lanzamiento”.

Me puse de pie tan bruscamente que mi silla se deslizó hacia atrás y se golpeó contra la pared. “¿Qué?”.

“Para ellos Enero es el nuevo Marzo, al parecer. El primer lanzamiento está establecido para salir el siete de Enero”.

“¡Ese es un tiempo horrible para lanzar algo como esto! Todo el mundo está todavía borracho o limpiando el desastre de las festividades. Nadie está comprando apartamentos de lujo”.

“Eso es lo que le dije el Gran George”.
“¿También le dijiste que tiene que ceñirse a contar sus infinitos billetes de $100 y dejar el marketing para nosotros?”.

Ella se echó a reír, cruzando los brazos sobre el pecho. “Puede que haya usado en realidad esas palabras. Con algunos otros términos no maduros”.

Me senté de nuevo, frotando mis manos sobre mi cara. Nuestro vuelo estaba programado para salir en la mañana, en el Día de Acción de Gracias, y no había manera de que pudiéramos dejar el trabajo ahora. “¿Le dijiste que eso estaba bien?”.

Al otro lado del escritorio, podía sentirla completamente inmóvil. “¿Cuál era mi opción?”.

“¡Decirle que no vamos a estar listos!”.

“Pero eso es una mentira. Podemos estar listos”.

Dejé caer mis manos, mirándola. “Sí, pero sólo si trabajamos quince horas más a través de los días de fiesta y todo para acomodar su tiempo de mierda para el lanzamiento”.

Ella levantó las manos, con los ojos en llamas. “Nos está pagando un millón de dólares para la comercialización básica y firmamos un acuerdo para otra campaña en los medios de diez millones de dólares. ¿Pensás que quince horas no son razonables para mantener nuestro cliente más grande?”.

“¡Por supuesto que no! ¡Pero también es cierto que ellos no son nuestros únicos clientes! La regla número uno en los negocios es nunca dejar que el perro grande sepa lo pequeño que son los otros perros”.

“Mierda, Sebastian. No voy a decirle que no podemos cumplir”.

“A veces entrener es un buen movimiento. Estás siendo nueva, Zampini. Si no estabas segura, tendrías que haberme llamado”.

Inmediatamente quise devolver las palabras de nuevo en mi boca. Sus ojos se agrandaron y su boca decayó, y mierda, sus manos se cerraron en puños a los costados. Me agaché para cubrir mis bolas.
“¿Me estás cargando, no? ¿No me vas a dar una mano, la concha tuya?”.

No podía ayudarme a mí mismo.

Su rostro se suavizó y pude verla calcular la cantidad de esfuerzo que tenía que poner para no patearme el culo. “Estamos omitiendo Saint Bart”, dijo rotundamente.

“Obviamente. ¿Por qué te pensás que estoy enojado?”.

“Bueno, aunque todavía no hemos llegado hasta este punto, vos vas a  estar durmiendo a solas con tu mano y un tubo de lubricante”.

“Yo podría trabajar con eso. Estas dos manos proporcionan un poco de variedad”.

Ella parpadeó, mandíbula apretada. “¿Estás tratando de hacerme enojar más?”.

“Claro, por qué no”.

Sus ojos oscuros se volvieron más hacia mí, reduciéndolos. Su voz tembló un poco con sus palabras: “¿Por qué?”.

“Así vos podés sentir más el dolor. Debido a que debiste informarle a George de que este tipo de decisiones tienen que ser aclaradas con todo el equipo y que tendríamos una respuesta para él después de las vacaciones”.

“¿Cómo sabes que yo no dije  eso?”.

“Porque vos anunciaste así de normal la noticia. No actuaste como si fuera una sugerencia”.

Ella me miró con los ojos brillantes dejando vislumbrar un centenar de respuestas. Esperé para ver cuántas palabras de maldición podría desencadenar pero en su lugar me sorprendió, cuando se volvió y salió de mi oficina.

Carina no se quedó esa noche. Fue la segunda noche que habíamos pasado separados después de su presentación en J.T. Miller en junio pasado, y yo ni siquiera intenté dormir. En su lugar, vi unas pelis en Netflix y me pregunté quién de nosotros sería el primero en pedir disculpas.

El problema era que yo tenía razón, y lo sabía.

La mañana de Acción de Gracias llegó con copos de nieve y un viento tan fuerte que me empujó hacia adelante en el edificio mientras caminaba, sólo, desde el aparcamiento hasta mi oficina.

Nunca se me había ocurrido que ella me dejaría otra vez después de nuestra pelea. Sospeché que Carina y yo estábamos en esto por largo plazo, ya sea que el largo plazo comenzara oficialmente mañana o dentro de diez años en el futuro. No había nada que ella pudiera hacer para asustarme.

Y mientras yo sentía que lo mismo podía decirse de ella; rara vez ella se alejó en una pelea. Tampoco luchó conmigo hasta que estuve figurativamente de rodillas o que ella terminara de rodillas en una forma totalmente diferente.

Sólo unos pocos empleados de RMG estaban en el trabajo en acción de gracias, los miembros del equipo de Papadakis. Y cada uno de ellos fulminó con la mirada a Carina, mientras ella caminaba por el pasillo para conseguir un poco de café. Conociéndola sabía que probablemente había trabajado hasta tarde anoche y dormido debajo de su escritorio.

Ella ni siquiera miraba por encima de donde yo me encontraba en la puerta de la sala de conferencias. Aun así, casi podía oírle sus pensamientos al pasar por cada miembro del descontento equipo:

«Pueden chuparme la concha. Y vos, también, puedes chuparme la pija. ¿Y vos? De verdad podés chuparme la pija».

Ella se dirigió a su oficina, se instaló y dejó la puerta abierta.
«Vení, dale», estaba diciendo. «Vení y cogeme».

Sin embargo, tanto como todos probablemente querían hacerle un reproche por hacernos cancelar nuestros planes de vacaciones, nadie lo hizo. Cada uno de nosotros se había criado en el mundo de los negocios bajo la misma filosofía: el trabajo eclipsa todo. La última persona en abandonar el trabajo es el héroe y es la primera persona con derecho a presumir. Trabajar durante las vacaciones te lleva al cielo.

Y mientras que un ejecutivo con más experiencia le habría dicho a Papadakis que lo que él había pedido no era posible, siempre he admirado la determinación de Carina. Esto no fue sólo alcanzar un nuevo hito para ella. Esto se trata del lanzamiento de su carrera. Esta fue su fundación. Carina era como yo hace unos años.

Después de que todos los demás se habían marchado por la noche, llamé a su puerta abierta, alertando suavemente mi presencia.

“Sr. Estevanez”, dijo ella, quitándose los anteojos y mirando hacia mí. El horizonte de la ciudad hizo un destello detrás de ella, luces moteadas que cubrían toda su pared de ventanas. “¿Estás acá para mostrarme cómo hacerme crecer una pija y así puedo tener el trabajo hecho?”.

“Carina, estoy bastante seguro de que si quisieras que te creciera una, podrías hacerlo por voluntad propia”.

Dejó que se formara una media sonrisa, empujándose hacia atrás de su escritorio y cruzando las piernas. “Me haría crecer una, sólo para poder decirte que la chupes”.

No pude contener mi risa, agachándome y dejándome caer en la silla frente al escritorio de ella. “Sabía que ibas a decir eso”.

Sus cejas se juntaron un poco. “Bueno, antes de decir cualquier otra cosa, sí, sé que esto es una mierda. Y… creo que tenés razón. Podríamos estar ahora mismo en St. Bart, en la playa”.

Empecé a hablar, pero ella levantó la mano para instarme a esperar.
“Pero la cosa es, Sebastian, no importa lo mucho que tuve que ver con esto, no quiero decirle «no» a Papadakis. Yo lo quería entregar, porque podemos, y debemos. Es el último momento de todos modos y tuvimos un montón de tiempo para trabajar en esto. Se sentía falso decir que no podíamos hacer que pase”.
“Es cierto”, admití. “Pero forzando un logro antes del inicio del trimestre, fijaste un precedente”.

“Ya sé”, dijo, frotándose las sienes con los dedos.

“Pero, en realidad, no vine acá para decirte lo que habías hecho mal. Vine para decirte que entiendo por qué lo hiciste. Realmente no puedo culparte”.

Ella dejó caer las manos, mirándome con cautela.

“En este punto de tu carrera, no puedo estar sorprendido porque le hayas dicho que sí a Papadakis”.

Su boca se abrió y pude ver una letanía de malas palabras formarse en su lengua.

“Tranquila, fosforito”, dije inclinándome hacia adelante y levantando las manos. “No quiero decir que sos predecible. No estoy tirando de la tarjeta de «provocar» de nuevo, aunque es cierto, no importa lo mucho que odies escucharlo. Quiero decir que todavía estas en crecimiento. Querés mostrarle al mundo que sos Atlas, y que la esfera celeste de mierda no pesa nada. Es sólo que afecta a todo el equipo, y más de un día de fiesta. Entiendo por qué lo hiciste, y también entiendo por qué estás en conflicto. Lamento mucho que esto sea duro para vos, porque yo ya pasé por eso". Bajé la voz, acercándome un poco más. “Y es un asco”.

La habitación parecía hacerse más oscura y el sol se sumergía en el horizonte cuando yo estaba terminado mi frase. Carina me miró, con la cara lisa y prácticamente ilegible.

Bueno, ilegible para cualquier otra persona. Cualquier persona que no había visto esa cara una y mil veces, la que me dijo que quería golpearme, besarme, arañarme y luego follarme.

“No sonrías”, dijo ella con los ojos entrecerrados. “Veo lo que estás haciendo”.

“¿Qué estoy haciendo?”.
“Tratar de levantarme. Hacerte el macho sensible. La puta, Sebastian”.

“¡Me vas a coger en tu oficina!”, alardeé, mis palabras coloreadas con sorpresa y alegría. “Dios, sos fácil”.

Se puso de pie rápidamente, caminando alrededor de la mesa y llegando de inmediato a mi corbata. “Cagate”. Lo desató, envolviéndolo alrededor de mis ojos y atándolo detrás de mi cabeza. “Deja de estudiarme”, dijo entre dientes en mi oído. “Deja de ver todo”.

“Nunca”. Cerré los ojos detrás de la tela de seda y dejé que mis otros sentidos se hicieran cargo, inhalando el delicado aroma cítrico de su perfume, llegando a sentir la suave piel de sus antebrazos. Moví mis manos lentamente por su cuerpo, girándola y tirando de ella hacia mi pecho. “¿Está mejor así?”.

Hizo una rabieta tranquila, no era para mi beneficio, sino que era un sonido de verdadera frustración. “Sebastian”, murmuró inclinándose hacia atrás. “Me volvés loca”. Agarré sus caderas, atrayéndola hacia mí para que pudiera sentir la línea dura de mi polla contra su culo. “Por lo menos algunas cosas nunca cambian”.

Parpadeé hacia la azafata, quien se agachó para mirarme a los ojos y atraer mi atención, ya que obviamente acababa de decir algo.

“Perdón”, le dije.

“¿Le gustaría una bebida con su comida?”.

“Ah, sí”. Le dije, sacando de mi memoria el cuerpo de Carina, apretado y enrollada alrededor de mí cuando la había garchado sobre su escritorio.

“Sólo un poco de Grey Goose y una taza de hielo, por favor”.

“¿Y para comer? Tenemos filet mignon o un plato de queso y aceitunas”.

Pedí el último y miré por la ventana. A treinta mil pies de altura, podría estar en cualquier lugar. Pero tuve la clara sensación de que retrocedía en el tiempo.
No había vuelto a Francia desde mi regreso a los Estados Unidos, cuando conocí a Carina en persona. Lo que se sintió como hace cien años, y me di cuenta de cómo ese viejo Sebastian no se sentía familiar en lo más mínimo.

Acción de Gracias ha sido una revelación en parte porque, antes de Carina, yo también habría dicho que sí a la petición de George sin siquiera un pensamiento. Carina era tan parecida a mí en muchos sentidos, en realidad daba un poco de miedo.

Sonreí mientras recordé el consejo de mi madre:

“Encontrá a una mujer que sea mitad en todos los sentidos. No te dejes engañar por alguien que ponga tu mundo antes que el suyo. Enamorate de alguien fuerte y valiente como vos, que vive sin miedo como vos. Encontrá a la mujer que te hace querer ser un mejor hombre”.

Bueno, la había encontrado. Ahora todo lo que tenía que hacer era esperar a que ella llegara aquí, así podría asegurarme de que ella lo supiera.

El camino que conduce a nuestra villa prestada estaba cubierto de piedras pequeñas y suaves. Eran de color marrón y de tamaño uniforme, y aunque estaban claramente seleccionadas por su apariencia y lo bien que encajan en el paisaje, era refrescantemente obvio que los terrenos estaban destinados a ser disfrutados, no lo trataban como una pieza de museo precioso. Lechos de flores y las urnas se alineaban a ambos lados del camino, cada uno con rebosantes flores brillantes y coloridas. Había árboles por todas partes, y en la distancia había una pequeña zona de asientos, proyectados hacia el resto del jardín por una pared de enredaderas en flor.

En verdad, nunca había visto una casa campestre más hermosa. La casa era de un rojo suave, el color de la arcilla se desvaneció, degradando a un efecto absolutamente magnífico. Persianas blancas enmarcan las ventanas altas en la primera y segunda planta, y más flores vibrantes alineadas contra las puertas. El perfume en el aire era una mezcla de mar y peonías.

Bougainvillea se arrastraba hasta un enrejado y enmarcaba la doble puerta estrecha y provincial de estilo francés. El escalón más alto estaba roto, pero limpio, y una alfombra verde simple, suave yacía encima del hormigón blanqueado por el sol.
Me volví, mirando detrás de mí en el patio. En el rincón más alejado y debajo de varias higueras, había una larga mesa que estaba cubierta de un mantel de color naranja brillante, y estaba decorada de forma sencilla con una línea estrecha de pequeñas botellas azules de diferentes formas y tamaños. Platos de un blanco limpio estaban espaciados a intervalos regulares, a la espera de una cena al atardecer. Un césped verde se extendía hasta donde me encontraba en el límite del porche, sólo roto por la ocasional plantación de macetas con flores de color púrpura, amarillo y rosa.

Saqué la llave del bolsillo y entré en la casa. Desde el exterior, era claramente grande, pero casi parecía expandirse como una ilusión óptica en el interior.

Cristo, Max, esto parece un poco excesivo. Sabía que su casa en la región de Provenza era grande, pero no me di cuenta que tenía tantas malditas habitaciones. Sólo a partir de la puerta principal, pude ver al menos una docena de puertas con conexión fuera de la sala principal, y sin duda habría un sinnúmero de otras habitaciones arriba y fuera de la vista.

Me detuve en la entrada, mirando a la enorme urna que parecía el primo más grande de un pequeño jarrón que mi madre tenía en el aparador de su comedor, el cerúleo del esmalte azul de la base era idéntico, y las mismas hermosas líneas amarillas viajando por sus lados curvos. Recordé el regalo que le llevó Max a mi madre la primera vez que llego a casa conmigo, durante las vacaciones de invierno. No me di cuenta en el momento de lo personal que había sido para él ese regalo destinado a la anfitriona, pero ahora, mirando alrededor de su casa de vacaciones, pude ver la obra del mismo artista en todas partes: en placas montadas encima de la repisa de la chimenea, en un vaso de agua a mano y un conjunto de tazas sencillas en una bandeja en el salón.

Sonreí, llegando a tocar la urna. Carina estaría completamente perdida cuando lo vea, era su cosa favorita de la casa de mi madre. Una sensación se apoderó de mí al pensar que estábamos casi predestinados a venir acá.

Después de su cena de cumpleaños en enero, Carina titubeó en el comedor, mirando a la impresionante colección de arte de mamá en la estantería. Pero en lugar de ir por el brillo evidente de los jarrones de Tiffany o el detalle intrincado de los cuencos de madera tallada, se fue directo a un pequeño florero azul en la esquina.

“No creo que jamás haya visto este color antes”, dijo asombrada. “No pensé que este color existiera fuera de mi imaginación”.

Mamá se acercó, y lo sacó de la estantería. Bajo la suave luz de la lámpara, el color parecía casi destellar y cambiar incluso cuando Carina lo mantuvo todavía en la mano. Nunca me había dado cuenta antes de lo bonita que era la pieza.

“Es una de mis favoritas”. Mamá admitió, sonriendo. “Nunca vi nada de este color en otro lugar tampoco”.

Pero eso no era del todo cierto, pensé, mientras me alejé de la urna y caminé hacia la repisa de la chimenea. El océano aquí era de ese color, cuando el sol estaba alto sobre el horizonte y el cielo estaba despejado. Sólo entonces tenía exactamente ese mismo azul, como el corazón del zafiro profundo. Un artista que vivía aquí lo sabría.

En el estante había tres figuritas hechas a mano, las pequeñas figuras de pesebre tradicionalmente realizadas por artistas de Provenza. Todos fueron obviamente hechas por el mismo artista que hizo el florero de mamá, la urna gigante, y el resto del arte de aquí. Él o ella debe haber sido local, puede seguir vivo o no, pero tal vez Carina tenga la oportunidad de ver algunas otras piezas durante su visita. La coincidencia, la perfección de la misma, se sentía casi surrealista.

Los azules y verdes del plato montado sobre la chimenea atrapaban el sol de la tarde y redirigían la luz, proyectándola sobre la pared detrás de él en un resplandor azul suave. Con el viento soplando a través de los árboles fuera de la luz solar y el destello que entra y sale de las sombras, el efecto fue un poco como ver la superficie del movimiento del océano en el viento. La combinación con los muebles blancos y otras formas sencillas de decoración en la sala de estar, de inmediato me hicieron sentir más tranquilo. El mundo de la RMG y Papadakis, del trabajo y el estrés y el zumbido constante de mi teléfono, se sintieron como un millón de millas de distancia.

Por desgracia, también lo hizo Carina.
Como si pudiera oír mis pensamientos desde donde estaba sentada en un avión saliendo por encima del Atlántico mi teléfono sonó en el bolsillo y su único texto resonó en la sala en silencio.

Cogiendo el teléfono de mi bolsillo, miré hacia abajo y leí el mensaje:


«Huelga mecánica. Todos los vuelos cancelados. Estoy atrapada en Nueva York».