Por
imposible que pareciera, estaba aburrido de mi mente de mierda en esta hermosa
y enorme villa francesa. El lugar no requería limpieza o trabajo manual, mi
conexión VPN era tan lenta que no podía conectarme en el servidor RMG para
hacer negocios reales, y - tal vez lo más extraño - me sentí como que había
ciertas cosas que no debería hacer hasta que Carina estuviera aquí.
Me sentí
mal por zambullirme en la piscina sabiendo que estaba atrapada en Nueva York.
No quería caminar a través de los viñedos que bordeaban la casa, porque parecía
que era algo que debíamos descubrir al mismo tiempo. El ama de llaves de Max
había sacado algunas botellas de vino para que pudiéramos disfrutar, pero
seguramente sólo un gran imbécil se las tomaría solo. Mi pretensión de esta
casa era también de ella. Todavía sólo había abierto una puerta entre todas las
puertas de las habitaciones, y dormí allí, no queriendo ir a través de nuestras
opciones hasta que ella llegara. Juntos podríamos escoger donde pasaríamos
nuestras noches.
Por
supuesto, si dijera algo de esto ella se reiría de mí y me diría que estaba
siendo dramático. Pero es por eso que la quería aquí. Algo monumental pasó el
otro día cuando utilicé la señal del murciélago, y ese sentido de urgencia no
había disminuido, y probablemente no lo haga hasta que ella esté aquí y escuche
lo que tengo que decirle.
Caminé a
través de los jardines, me quedé mirando hacia el océano a la distancia, y
revisé mi teléfono de nuevo, leí el texto más reciente de Carina por enésima
vez: «Parece que Air France podría tener un asiento libre».
Ella me
había enviado esto hace unas tres horas. Aunque parecía prometedor, sus tres
textos anteriores habían sido similares, y en última instancia, había sido
rechazada por esos vuelos. Incluso si se había ido hace tres horas, ella no lo
haría hacia Marsella hasta mañana por la mañana, en el mejor de los casos.
Por el
rabillo de mi ojo, vi una pequeña figura emerger de la parte posterior de la
casa y colocar un plato de comida en la mesa más cercana a la piscina. Otro
vistazo al reloj de mi teléfono y me digo que me las arreglaré para matar un
par de horas, y era finalmente el tiempo del almuerzo. La casa venía con una
cocinera, una mujer de cincuenta y tantos llamada Dominique, que horneaba el
pan cada mañana, y hasta el momento, servía un poco de variedad de pescado,
verduras frescas del jardín, y los higos en el almuerzo. Los postres fueron
macarons hechos a mano o pequeñas galletas con mermelada. Si Carina no llegaba
pronto, Dominique me tiraría por la puerta para conocer a «mi amiga».
Al lado de
mi plato había una gran copa de vino, y cuando miré a Dominique que se había
parado en el umbral de la puerta de atrás, señaló el vino, y dijo: “Le boire.
Vous vous ennuyez, et solitaire”. [Tomá algo, está aburrido y solitario]
Bueno,
mierda. Yo estaba aburrido, y me sentía solo. Una copa de vino no hace daño. No
estaba celebrando, estaba sobreviviendo, ¿verdad? Di las gracias a Dominique
por el almuerzo, y me senté a la mesa, tratando de ignorar la brisa perfecta,
la temperatura perfecta, el sonido del océano ni siquiera a una media milla de
distancia, la sensación de la baldosa caliente bajo mis pies descalzos. No me
gustaba ni un solo segundo hasta que Carina estuviera aquí.
Sebastian,
sos un patético observador de ombligo.
Como de
costumbre, el pescado era increíble, y la ensalada con diminutas cebollas agrias
y pequeños cubos de queso blanco me llenó tanto de sabor que antes de darme
cuenta, mi copa estaba vacía y Dominique estaba a mi lado, en silencio
rellenándola.
Empecé a
detenerla, diciéndole que no necesitaba más vino. “Je vais bien, je n'ai pas
besoin de plus”. [Estoy bien, no necesito más]
Ella me
guiñó un ojo. "¡Puis l’ignorer!”. [Ignore eso]
Entonces lo
ignoré.
Una botella
de vino abajo y comencé a preguntarme a mí mismo por qué no había comprado un
chalet en Francia. Después de todo había vivido en este país antes, y mientras
los recuerdos eran agridulces - lejos de los amigos y la familia, con un
trabajo agotador - había vivido aquí en una época de mi vida que se sentía tan
corta en retrospectiva. Todavía era joven. Todavía estaba empezando, de verdad.
Gracias a la mierda de que Carina y yo nos habíamos encontrado el uno al otro
cuando todavía teníamos toda la vida por delante.
Mierda, si
Max pudo encontrar un lugar precioso como este, yo podría encontrar uno que
fuera aún más exuberante y hermoso.
El vino
había dejado mis extremidades calientes y pesadas, con la cabeza llena de
pensamientos incoherentes que parecían no tener razón. ¿Qué tan demente hubiera
sido conocer a Carina en mis veinte años?
Hubiéramos
roto este lugar, y probablemente sólo habría durado un fin de semana. ¿No es
asombroso cómo conoces a la persona que estás destinado a conocer, cuando se
supone que debes conocerla?
Busqué mi
teléfono y le envié un mensaje a Carina: «Estoy tan contento de que nos
conociéramos cuando lo hicimos. Incluso si fuiste un enorme dolor de huevos,
seguís siendo lo mejor que me pasó».
Miré
fijamente mi teléfono, en busca de algún indicio de que ella me respondió, pero
nada. ¿Su teléfono había muerto? ¿O estaba dormida en el hotel? ¿Podía mandar
textos en el avión? Hice un cálculo mental, sabiendo que ella tenía… ¿seis
horas? ¿Siete horas de retraso…? No, demasiado complicado. Le sonreí a
Dominique mientras me servía otra copa de vino, y le enviaba un mensaje a
Carina otra vez: «No me beberé todo el winembut que tengo, ¡está Dellicioso!
Prometo dejar algo para vos».
Me puse de
pie, tropezando con… algo. Fruncí el ceño hacia abajo en el césped y me
pregunté si me había parado sobre un pequeño animal.
Descartando
la idea, entré en el jardín, extendiendo los brazos y dejando escapar un largo
suspiro feliz. Me sentí relajado por primera vez desde la última ocasión que
había follado a Carina, que fue hace aproximadamente un trillón de años. Con el
estómago lleno y un poco de vino en mí, me di cuenta de que no me había tomado
tiempo en absoluto para planificar la llegada de Carina. Tenemos algunas cosas
que sacar del camino primero. Tenemos algunas conversaciones que hacer, cierta
planificación.
¿Me la
llevó al jardín, y la tumbo hacia abajo sobre el césped conmigo, para hacerla
escucharme? ¿O espero un momento de tranquilidad durante la cena y luego voy
hacia ella, guiándola fuera de la silla y cerca de mí? Yo sabía lo que quería
decir. Repetí las palabras un millón de veces en mi cabeza en los vuelos hacia
aquí, pero no sabía cómo lo iba a hacer.
Lo mejor
era dejarla estar aquí unos días antes de dejar caer el martillo.
Cerré los
ojos, incliné mi cabeza hacia atrás, hacia el cielo. Me dejé disfrutar de ello
sólo un momento. El tiempo era espectacular. La última vez que había estado
afuera en el sol con Carina estábamos en una barbacoa en casa de Henry el fin
de semana anterior, y sólo había sido ligeramente cálido. Después de un día en
el sol y el viento, habíamos ido a casa y tenido uno de los más perezosos y
tranquilos sexos que podía recordar.
Abrí los
ojos y de inmediato puse una mano sobre mi cara tapando el sol brillante.
“Ooww. Mierda”.
Dominique
apareció a varios metros de distancia y apuntó a la puerta principal. “Allez”,
dijo ella, diciéndome que vaya. "Se promener. Vous êtes ivre". [Vamos,
levantate, estás borracho]
Me eché a
reír. Diablos, sí, estaba borracho. Me había servido toda la botella de vino
para mí solo. “Je suis ivre parce que me vous versa une bouteille de vin
entière”. [Estoy borracho porque me serviste una botella entera de vino] Creo
que eso es lo que dije.
Con una
sonrisa, levantó la barbilla. “Allez chercher des fleurs dans la rue. Demandez
Mathilde”. [Andá a buscar flores, pregunta por Mathilde]
Eso era
bueno. Tenía una tarea. Encontrar algunas flores. Preguntar por Mathilde. Me
incliné para atar mi zapato y salí de la propiedad, en dirección al pueblo.
Dominique era un ser astuto, conseguir emborracharme y luego mandarme a hacer
recados, así no andaría abatido por la casa todo el día. Ella y Carina se
llevarán de las mil maravillas.
A una media
milla por la carretera, había una pequeña tienda con flores que se derramaban
fuera de cada contenedor concebible: jarrones y cestas, cajas y urnas. Sobre la
puerta había un pequeño cartel ovalado escrito con letra pequeña que se
limitaba en decir, MATHILDE.
Bingo.
Una campana
sonó cuando entré, y una joven mujer rubia salió de la parte trasera a la
pequeña sala principal de la tienda.
Me saludo
en francés, rápidamente me dio un vistazo y luego preguntó: “¿Vos sos el
Argentino, venís de EEUU?”.
“Oui, mais
je parle français”. [Sí, pero hablo francés]
“Pero yo
también hablo español”, dijo ella con su acento rizándose alrededor de cada
palabra. “Y es mi tienda, así que vamos a practicar para mí”.
Arqueó las
cejas con coquetería, como para desafiarme. Ella era hermosa, sin duda, pero su
persistente contacto con los ojos y la sonrisa me hizo sentir un toque
incómodo.
Y entonces
me di cuenta: Dominique sabía que yo estaba aburrido y solo, pero probablemente
no tenía idea de que estaba esperando la llegada de Carina. Ella me llenó de
vino y luego me envió con una caliente joven mujer soltera por la calle.
Oh, Dios
mío.
Mathilde se
movió un poco más cerca, ajustando algunas flores en un alto y delgado florero.
“Dominique dijo que se alojaba en casa del señor Stella”.
“¿Conoces a
Max?”.
Su risa era
ronca y tranquila. “Sí, conozco a Max”.
“Oh”, dije
con los ojos muy abiertos. Por supuesto. “Querés decir que conoces a Max”.
“Eso no me hace única” dijo ella, riendo de nuevo. Mirando afuera
hacia sus flores, ella preguntó: “¿Estás acá por las flores? ¿O pensás que
quizá
Dominique te haya enviado por algo más?”.
“Mi novia viene mañana, estaba atrapada en Nueva York y luego tuvo una
huelga y ahora va a venir”, le espeté de forma firme, con torpes palabras.
“Así que
estás acá por las flores, entonces”. Mathilde hizo una pausa, mirando alrededor
de la tienda. "Qué mujer más suertuda. ¡Usted es muy guapo!". Sus
ojos se deslizaron de nuevo a mí. “¿Tal vez se le pase la borrachera para
entonces?”.
Fruncí el
ceño. Enderezándome, murmuré: “No estoy tan borracho”.
“¿No?”. Sus
cejas se levantaron y una divertida sonrisa se dibujó en su cara. Ella se movió
de nuevo a través de la tienda, iba recogiendo un surtido de flores mientras
caminaba. “Sos divino igual, amigo de Max. El vino sólo te hace más
desinhibido. Apuesto a que normalmente abotonas tu camisa hasta arriba y
frunces el ceño ante las personas que caminan con demasiada lentitud frente
tuyo”.
Mi ceño se
profundizó. Eso sonó un poco como yo. “Me tomo mi trabajo en serio, pero yo no
soy así… todo el tiempo”.
Ella
sonrió, atando algún cordel alrededor de las flores. Mathilde me entregó el
ramo y me guiñó un ojo. “Vos no estás acá por trabajo. Tené tu camisa
desabrochada. Y no recuperes la sobriedad por tu amante. Hay nueve camas en esa
casa”.
La puerta
principal estaba abierta. ¿Dominique se había ido y no la cerró detrás de ella?
El pánico se apoderó de mí. ¿Qué pasa si algo había sucedido cuando estaba en
la ciudad? ¿Qué pasa si la casa había sido saqueada? A pesar de los consejos de
Mathilde, estuve sobrio al instante.
Pero no
había sido saqueada. Estaba exactamente como la dejé, sólo con un poco más de
viento que soplaba a través de la puerta abierta. Sin embargo… no había salido
de esta manera, yo había caminado desde el patio trasero hacia los jardines
delanteros.
Al final
del pasillo, oí agua corriendo, y llamé a Dominique, “Merci pour l'idée,
Dominique, mais ma copine arrive demain”. [Gracias por la idea, Dominique, pero
mi novia llega mañana] Ella debía saber lo más pronto posible de
lo que yo estaba hablando. ¿Quién sabe si empieza a invitar a mujeres por aquí?
¿Eso es lo que ella hizo por Max? Querido Dios, el hombre no ha cambiado ni un
poco.
Cuando me
acercaba a la habitación más cercana fuera de la sala, me di cuenta de que lo
que había oído era una ducha. Y junto a la puerta estaban unas maletas.
Las maletas
de Carina.
Yo podría
haberme puesto cachondo allí y asustar siempre amorosamente toda la mierda
fuera de ella. Había sido después de todo lo suficientemente tonta como para
dejar la puerta un poco abierta, para que pudiera soplar completamente el
viento, y abrirse paso en la ducha. Apreté la mandíbula y los puños cuando me
imaginaba lo que podría haber pasado si alguien más hubiera decidido entrar en
la casa en vez de mí.
Mierda. No
la había visto en días y yo ya quería estrangularla y luego besar el infierno
fuera de ella. Sentí una sonrisa tirar de mi boca. Esto simplemente éramos
nosotros. Era una batalla tan familiar entre el amor y la frustración, el deseo
y la exasperación. Ella presionaba todos los botones que tenía, y luego
descubría otros nuevos que ni siquiera sabía que tenía, y los presionaba.
Su canto
silencioso flotó desde el baño a la habitación que había reclamado la primera
noche aquí. Mientras me movía más cerca, mirando alrededor de la puerta de
entrada a donde ella estaba, fui recibido por la visión de su largo y
resbaladizo pelo mojado, que bajaba brillante por su espalda desnuda. Y luego
se inclinó, por lo que se veía su perfecto culo cuando estaba en el aire
mientras se afeitaba las piernas, y siguió cantando para sí misma.
Una parte
de mí quería entrar, tomar la rasuradora de su mano, y terminar el trabajo para
ella, besando cada centímetro suave. Otra parte de mí quería entrar y hacerla
venir con la promesa de tomarla por detrás, lentamente y con cuidado. Pero una
parte aún mayor de mí disfrutaba jugando al voyeur. Ella aún no sabía que yo
estaba allí, y verla así, pensando que estaba sola, cantando en voz baja, ¿tal
vez incluso pensando en mí? Era como un vaso de agua fría en un día caluroso.
Nunca me cansaré de verla en cualquier entorno. Y desnuda, mojada, y en la ducha
no estaba demasiado lejos del escenario de la parte superior de la lista.
Se enjuagó
las piernas y se puso de pie, dirigiéndose a limpiar el acondicionador de su
pelo, y fue entonces cuando me vio. Una sonrisa estalló en su cara, sus pezones
se apretaron, y en ese momento casi rompo la puerta de cristal de la ducha para
llegar a ella.
“¿Cuánto
tiempo estuviste ahí de pie?”.
Me encogí
de hombros, mirando hacia abajo hacia la longitud de su cuerpo.
“Solo
entreteniéndome”.
“Sigues
entreteniéndote, querrás decir”. Me acerqué un poco más, cruzando los brazos
sobre mi pecho mientras me apoyaba contra la pared.
“¿Cuándo llegaste
acá, a escondidas?”.
“Hace una
media hora”.
“Pensé que
pensé que recién te ibas a tomar un avión en los Estados Unidos. ¿Fuiste por un
transportador después de todo?”.
Ella se
echó a reír, inclinando la cabeza hacia atrás bajo la ducha por un enjuague final,
antes de cerrar el agua. “Agarré el primero del que te hablé. Pensé que sería
divertido engañarte y sorprenderte”. Tomó el pelo largo en ambas manos, se lo
puso sobre su hombro y apretó el agua de él, mirándome con los ojos llenos de
un hambre creciendo cada vez más.
“Creo que
estaba esperando que vinieras a casa para que me encontraras desnuda en la
ducha. Puede haber sido por eso que entré a bañarme”.
“Tengo que
admitir que es conveniente porque estoy listo para desnudarme”.
Carina
abrió la puerta y vino directamente hacia mí. “Quería esa linda boca sobre mí
en cuanto me enteré de que estabas coqueteando con la niña de las flores”.
Fruncí el
ceño. “Oh, por favor”. Y luego me detuve. “¿Cómo sabés eso?”.
Ella
sonrió. “Dominique habla muy bien Inglés. Dijo que ella se cansó de tu
depresión y te envió ahí porque sos tan lindo cuando estás enojado. Estuve de
acuerdo”
“Ella…
¿qué?”.
“Sin
embargo me alegro de que no decidieras traer a Mathilde de vuelta con vos. Eso
podría haber sido incómodo”.
“O podría
haber sido increíble”, bromeé, atrayéndola hacia mí y envolviendo una toalla
del estante sobre sus hombros. Sentí que el agua de sus pechos penetraba en mi
ropa.
Ella está
aquí. Ella está aquí. Ella está aquí.
Me agaché,
rocé mis labios sobre los de ella. “Hola, amor”.
“Hola”
susurró ella, envolviendo sus brazos alrededor de mí. “¿Alguna vez estuviste
con dos mujeres a la vez?”. Preguntó, echándose hacia atrás y pasando sus manos
por debajo de mi camisa mientras yo trabajaba para secarla. “No puedo creer que
nunca te haya preguntado eso”.
“Te
extrañé”.
“Yo también
te extrañé. Respondé mi pregunta”.
Me estremecí.
“Sí”.
Sus manos
estaban frías y sus uñas se sintieron fuertes cuando arañaron mi torso. “¿Más
de dos a la vez?”.
Sacudiendo
la cabeza, me incliné para recorrer con mi nariz a lo largo de su mandíbula.
Olía como en casa, como mi Carina: su propio leve aroma cítrico y el olor suave
y natural de su piel. “¿No estabas diciendo algo sobre querer mi boca?”.
“Específicamente
entre mis piernas”, me indicó.
“Lo
supuse”. Me agaché, la levanté en brazos y la llevé a la cama.
Cuando la
puse en el borde, se incorporó, apoyándose en sus manos detrás de ella, tirando
de sus pies sobre el borde de la cama… y abrió las piernas. Ella me miró, y me
susurró: “Sacate la ropa”.
Santísimo
Cristo esta mujer me iba a matar con vistas así. Le di una patada a mis zapatos
a través de la habitación, me quité los calcetines, y alcanzando detrás de mí
la camisa para sacármela sobre la cabeza.
Dándole
unos segundos para que pudiera reencontrarse a sí misma con mi pecho desnudo,
me rasqué el estómago y le di una sonrisa. “¿Ves algo que te gusta?”.
“¿Estamos
dando shows?”. Su mano se deslizó sobre su muslo y entre sus piernas. “Yo puedo
hacer eso”.
“¿Estás jodiendo?”,
suspiré, hurgando en la hebilla de mi cinturón y tirando de los botones,
quedando libre de mis vaqueros en un solo movimiento. Casi me caí tratando de
quitármelos.
Su mano se
apartó, y luego extendió ambos brazos hacia mí. “Encima”, dijo en voz baja, al
parecer no queriendo mi boca después de todo. “Sobre mí, quiero sentir tu
peso”.
Fue
perfecto, así, sin pretensiones. Los dos queríamos hacer el amor antes de hacer
nada más: mirar alrededor, comer, ponernos al día.
Su piel
estaba fría, y la mía todavía se sentía enrojecida por el sol, por mi caminata
cuesta arriba de vuelta a la villa, y la emoción de verla aquí de forma tan
inesperada. El contraste fue asombroso. Debajo de mí no era más que piel suave
y pequeña, con sonidos suaves. Sus uñas se clavaron en mi espalda, sus dientes
se deslizaron sobre mi barbilla, el cuello, el hombro.
“Te quiero
adentro”, susurró en un beso.
“Todavía
no”.
A pesar de
que dejó escapar un pequeño gruñido de frustración, por un tiempo me dejó
simplemente besarla. Me encantó la forma en que sus labios se sentían en mi
lengua, la forma en que su lengua se sentía contra mis labios. Yo era muy
consciente de todos los puntos de contacto entre nosotros: sus pechos contra mi
pecho, con sus manos en mi espalda, los tendones de sus muslos presionando
contra mis costados. Cuando ella envolvió sus piernas alrededor de mí, sus pantorrillas
se sentían como una banda de calor a mi alrededor. Me agaché y envolví mi mano
alrededor de la parte posterior de su rodilla, tirando de ella más alto en mi
cadera hasta que sentí que mi polla se deslizaba contra su piel resbaladiza.
Debajo de mí,
ella se arqueó y se balanceó, consiguiendo tanta fricción como pudo sin
empujarme dentro. Los besos se volvieron tentativos, tal vez juguetones, y
luego crecieron en profundidad, voracidad, arqueándonos con hambre antes de
volver a disminuir y degustarnos. Ella me dejó presionar sus brazos sobre su
cabeza, dejarme chupar y morder sus pezones casi hasta el punto de dolor. Ella
me preguntó qué quería, qué me gustaba, y si quería su cuerpo o su boca
primero. Su primer instinto cuando estábamos desnudos siempre fue darme placer.
Esta mujer
me sorprendió. Perdí la perspectiva de quien solía ser ella fuera de nuestra
relación. En mi caso, podría ser cualquier cosa. Valiente y temerosa no eran
contrarios. Podía ser intensa y tierna, retorcida e inocente. Quería tenerla de
todas las maneras al mismo tiempo.
“Me encanta
la forma en que nos besamos”, susurró ella, las palabras le salían presionando
contra mis labios.
“¿Qué querés
decir?”. Yo sabía lo que quería decir. Sabía exactamente lo que quería decir;
simplemente quería escucharla hablar de lo perfecto, que nos sentimos.
“Solo me
encanta que besemos igual, que siempre parece que sabés exactamente lo que
quiero”.
“Quiero
estar casado”. Espeté. “Quiero que te cases conmigo”.
Mierda.
Y así todo
mi discurso cuidadosamente elaborado fue arrojado por la ventana. El anillo
antiguo de mi abuela estaba en una caja en el armario muy lejos de mí, y mi
plan para arrodillarme y hacerlo todo bien simplemente se evaporó.
En el
círculo de mis brazos, Carina empezó a ponerse muy quieta. “¿Qué dijiste?”.
Había
estropeado por completo el plan, pero ya era demasiado tarde para echarme
atrás.
"Sé
que sólo estuvimos juntos durante un poco más de un año”, le expliqué
rápidamente. “¿Tal vez es demasiado pronto? Entiendo si es demasiado pronto. Es
solo que ¿eso que sientes cuando nos besamos? Yo siento lo mismo con todo lo
que hacemos juntos. Me encanta. Me encanta estar dentro tuyo, me encanta
trabajar con vos, me encanta verte trabajar, me encanta pelearte, y me encanta
simplemente sentarme en el sofá y reírme con vos. Estoy perdido cuando no estoy
con vos, Carina. No puedo pensar en nada ni en nadie que sea más importante
para mí, cada segundo. Y entonces, para mí, eso significa que de alguna manera
ya estamos casados en mi cabeza. Supongo que quería hacerlo oficial de alguna
manera. ¿Muy cursi?”. Miré hacia ella, sintiendo mi corazón como un martillo
perforador haciendo su camino hasta mi garganta. “Nunca esperé sentir esto por
alguien”.
Ella me
miró, los ojos muy abiertos y los labios se separaron como si no pudiera creer
lo que estaba oyendo. Me levanté y corrí hacia la cómoda, cogiendo la caja y
llevándola conmigo. Cuando abrí la caja y le dejé ver el anillo antiguo de
diamante y zafiro de mi abuela, ella puso una mano sobre su boca.
“Quiero
casarme”, le dije de nuevo. Su silencio era inquietante, y joder, lo estaba
estropeando por completo divagando con mis tonterías. “Casarme con vos, quiero
decir”.
Sus ojos se
llenaron de lágrimas y me sostuvo la mirada sin pestañear. “Sos. Tan.
Ridículo”.
Bueno, eso
fue inesperado. Sabía que podría haber sido demasiado pronto, pero ¿ridículo?
¿En serio? Entrecerré los ojos. “Un simple «es demasiado pronto» habría sido
suficiente, Carina. Dios. Puse mi corazón en…”.
Ella se
apartó de la cama y corrió hacia una de sus bolsas, hurgando y sacando una
pequeña bolsa de tela azul. Lo llevó de nuevo a mí con la cinta enganchada
sobre su largo dedo índice, y colgando la bolsa en mi cara.
Le pido que
se case conmigo y ¿ella me trae un recuerdo de Nueva York? ¿Qué mierda es eso?
“¿Qué fue
es eso? ", le pregunté.
“Decime,
genio”.
“No te
hagas la boluda conmigo, Zampini. Es una bolsa”.
“Es un
anillo, tonto. Para vos”.
El corazón
me latía con tanta fuerza y rapidez que medio me pregunté si esto era lo que se
sentía en un ataque al corazón. “¿Un anillo para mí?”.
Sacó una
pequeña caja de la bolsa y me lo mostró. Era platino liso, con una línea de
titanio gruesa que atraviesa el centro.
“¿Ibas a
proponérmelo a mí?”, le pregunté todavía completamente confundido. “¿Las
mujeres hacen eso?”.
Ella me dio
un puñetazo, duro, en el brazo. “Sí, machista. Y te robaste totalmente mi
oportunidad”.
“Así que,
¿es eso un sí?”, le pregunté, mi desconcierto profundizando aún más. “¿Nos vamos
a casar?”.
“¡Decime
vos!”. Gritó ella, pero estaba sonriendo.
“Técnicamente
vos no me lo pediste todavía”.
“¡Mierda, Sebastián!
¡Vos tampoco!”.
“¿Querés
casarte conmigo?”, le pregunté riendo.
“¿Querés
casarte conmigo?”.
Con un
gruñido, tomé la caja y la dejé caer en el suelo para moverla de un tirón sobre
su espalda.
“¿Siempre
vas a ser imposible?”.
Ella
asintió con la cabeza, los ojos, los labios atrapados entre los dientes.
Mierda. Podríamos arreglar esto más tarde.
“Agarrá mi
pija”. Me incliné, la besé en el cuello, y gemí cuando llegó entre nuestros
cuerpos para sostenerme. “Guiame”.
Ella movió
sus caderas debajo de mí hasta que yo pudiera sentirme en su entrada. Me
deslicé en ella lentamente, a pesar de que todos los tendones y músculos de mi
cuerpo la querían áspera y frenéticamente. Gemí, estremeciéndome encima de
ella, sintiéndome al hundirme en su interior.
Cambiando
mis caderas hacia atrás y luego hacia adelante, sentí sus brazos al envolverse
alrededor de mi cuello, posando su rostro en mi cuello mientras se levantaba
para cumplir con mis movimientos. Al cabo de sólo dos turnos de mis caderas el
movimiento se hizo más fuerte y más frenético.
“Dale”, le
susurré en su boca, lamiendo adelante, preguntando. Le levanté la pierna, la
apreté contra su costado y me deslicé más profundamente. Mis ojos se cerraron
de golpe y me sentí como si estuviera a punto de explotar en ella.
Ella
presionó su cabeza en la almohada, abrió los labios para jadear, y aproveché la
oportunidad para deslizar mi lengua en su boca, chupar un poco de ella. “¿Esto
está bien?”, le susurré, apretando la piel de su cadera con mis dedos. Le
encantaba el borde de dolor y placer, esa línea de gran nitidez que habíamos
descubierto en nuestros primeros momentos juntos.
Ella
asintió con la cabeza y me movía más rápido, llenando mi cabeza con el olor de
ella. Probando su clavícula, su cuello, mordí y dejé una marca en su hombro.
“Hasta ahí”,
susurró ella, tirando de mí de nuevo hacia su rostro. “Dame un beso”.
Así que lo
hice. Una y otra vez hasta que ella jadeaba y se retorcía debajo de mí, me
instaba a avanzar más rápido. Sentí su abdomen tenso y luego sus piernas
apretaron con fuerza a mi alrededor, ella gritando fuerte en mi oído.
Apretando
la mandíbula, empujé mi propia liberación al fondo de mi mente, con ganas de
más, y más, y para sentir su venida antes de que incluso yo mismo me fuera a la
deriva hacia el orgasmo.
Sus gritos
se hicieron más fuertes, luego quedando sin aliento trató de apartarse, pero yo
sabía que podía venirse de nuevo. Yo sabía que ella era sensible, pero ella
podía tomar más.
“No te
vayas lejos. No terminaste todavía. Ni cerca. Dame otro”.
Sus caderas
se relajaron en mis manos, su agarre se apretó en mi pelo otra vez.
“Oh”. Fue
un soplo de aliento. Había muchas cosas contenidas en aquel único y casi
silencioso jadeo.
Apreté más
cerca, ondulando sus caderas e inclinándolas con mis movimientos. “Eso es
todo”.
“Llego”,
suspiró ella. “Yo no puedo, no puedo…”.
Sus caderas
se sacudieron y la agarré tan fuerte como pude. “No, de ninguna manera pares”.
“Tocame… ahí”.
Se quedó sin aliento y yo sabía lo que quería. Besé su cuello antes de lamer
mis dedos y deslizarlos hacia su trasero, tocando, presionando.
Con un
agudo grito se vino de nuevo, los músculos enrollados en espiral debajo de la
piel apretando alrededor de mi longitud. Tomando una profunda respiración, dejé
que mi orgasmo se desentrañara por mi espalda y desgarrara a través de mí;
ráfagas de luz explotaron detrás de mis ojos cerrados. Apenas podía oír sus
gritos roncos sobre los latidos de sangre en mis oídos.
“Sí, sí,
sí, sí…”. Canturreó, delirante, antes de caer sobre la almohada.
Se sentía
como si las paredes vibraron en el silencio que siguió. Todo en mi cabeza se
sacudió con la necesidad de ella, fue algo desconcertante.
“Sí”, ella
jadeó por última vez.
Me sostuve
muy, muy quieto mientras la conciencia se filtró de nuevo en mis pensamientos.
“¿Sí?”.
Luego, con sus piernas todavía
temblando a mi alrededor, y con sus respiraciones que salían pequeñas y agudas,
ella me dio una sonrisa radiante. “Sí…
quiero casarme, también”.